martes, 29 de septiembre de 2009

El sordo no oye, pero compone.

El terremoto de 1985 me agarró en Colima.
Yo pensé que me iba a ir de este mundo como vine. En traje de Adán.
Me acababa de meter al baño, cuando empezó la sacudida. Me agarré de la puertecilla metálica y del lavabo. No sé cuanto duró, pero estuvo larguito.
Cuando se está calmando se siente como si estuviera uno parado sobre una gelatinota y se oye algo como una exhalación, como un suspiro largo y sosegado. El baño estaba ahí mismo en el localito de la oficina en el Mercado Manuel Alvarez.

Me bañé y salí. Se había caído la caja fuerte, el ventilador; el sillón giratorio y el escritorio estaban en un extremo de la oficinilla y el mostrador que era de concreto con cubierta de fibracel tenía una fisura en la mitad. La comunicación con la oficina central estaba cortada. Algún poste caído.

Bien, me dije, las penas con pan son buenas. Vamos a ver si almorzamos.
Pues no. No hubo almuerzo. Todo era desorden y confusión.

Por cierto, ahí en donde me daban la asistencia estaba una señora ya grande como de unos cincuenta y tantos años, creo que era tía o prima de la señora.
Ahí vivía y ayudaba en todo. Ella nos servía la comida. Iba y venía siempre en silencio porque era sorda. Era sorda pero no muda, porque a veces nos decía casi a gritos ¿Te sirvo más?

Un día a la hora que estábamos almorzando llegó una pariente de Tepames, que según nos habíamos dado cuenta tenía a la mamá muy grave.

-¡Ay mijíta! Que gusto, pásate, pásate, la invitó la señora.

En eso salió la sordita y también..
-¡Cande, Cande¡ Que bueno que viniste. Y dándole un abrazo le preguntó:
-¿Y como siguió tu mamá?
-Ya murió, Chelito, ya se nos murió..

Y aquella buena mujer sorda como era, creyó oir lo que ella deseaba y apartándose sin soltar el abrazo dijo con una sonrisa:

¡Ay que bueno! ¡Cuanto me alegro, Cande!

Los comensales nos quedamos con la cuchara a medio camino y una expresión como de vacas viendo pasar el tren.

Don Isra...

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