miércoles, 10 de noviembre de 2010

Doctorado CUM LAUDE.

Estoy sometido a un curso intensivo de estupidización avanzada con valor a currículum.

Como no lo pagaba, me cortaron la televisión por cable. Y no es que su programación fuera la gran cosa, pero al menos me entretenía cambiando los 89 canales y con este ejercicio mantenía la movilidad de mis manos, pues las combinaba cada diez minutos.

Ahora tengo nada más 9 opciones en la televisión abierta y es verdaderamente atroz y enajenante la programación en todos los canales.

L os noticieros son manipulados y las noticias sesgadas acordes a los intereses de la televisora y funcionan como voceros oficiosos de las distintas dependencias gubernamentales, difundiendo boletines con la imagen a cuadro del funcionario abajofirmante.

Los programas de entretenimiento se componen de tres o cuatro pécoras de lengua viperina con voces de segundas tiples y uno o dos homosexuales que les sirven de patiños para destrozar vidas y honras de personajes públicos non gratos para la televisora en turno y sobre todo de artistas que trabajan en la competencia.

Programas de concurso con auditorios repletos de gente aleccionada para aplaudir, pararse, vitorear, mover ritmicamente los brazos y animadores de sonrisa congelada, haciendo desesperados y fracasados intentos por parecer graciosos y simpáticos. Mientras los veo y siento pena ajena extraño a los merolicos de San Juan de Dios.

Y comerciales. Muchos, muchos, muchísimos comerciales con remedios para todo. Fácil el 70% de la programación es de comerciales. Y el 100% de este 70% es para engañar o defraudar al incauto televidente.

Telenovelas no veo. Es más, nunca he visto ninguna. O bueno si, pero nomás un capítulo. Allá por los años ochenta estaba yo supliendo al Administrador de Telégrafos en Cd.Guzmán Jal., y en la casa de asistencia donde me hospedaba acostumbraban ver una que se llamaba "El Maleficio".

Cuando estábamos cenando y sonaba la tonadilla que anunciaba el inicio del bodrio, era un corredero a ganar silla enfrente del aparato. En la primera cena me quedé solo. Pero a la segunda para no aparecer como antisocial y además para poder platicar otro día, pues era el tema obligado, me fuí a la sala y arrimé mi silla de modo que no obstruyera la visibilidad de ninguno de aquellos voraces espectadores.

Como protagonista aparecía un señor empingorotado con un camisón de amplio vuelo como de seda con estampados multicolores, de miradas lánguidas, voz melíflua y ademanes versallescos, con alto copete envaselinado y bigote meticulosamente recortado.

Como todos parecían absortos pero felices, en mi supina ignorancia del asunto tratando de hacer ambiente, se me va ocurriendo preguntar "¿Y esa china poblana quien es?"

¡Craso error! Todas las miradas se me clavaron como puñales de hoja diamantina dijera Agustín Lara. Las manos se les crisparon en los descansabrazos de las sillas y creo que de no haber intervenido la dueña me hubieran masacrado.

De todos modos las palabras de la señora no fueron para nada amables.

¡¡¡Usté cállese!!! ¡¡¡Usté no sabe nada!!!

Está por demás decir que otro día me cambié de casa.



Don Isra...

viernes, 5 de noviembre de 2010

Esos si eran maestros, no como......IV

El director de la escuela secundaria en Ameca era el profesor Don Bernabé Godoy Vélez.
No sé porque siempre me dió la impresión de que era alemán.
Nos daba la clase de matemáticas.

Hombre alto, blanco de unos cincuenta años, pelo entrecano y achinado de corte casi militar, nariz grande y recta, cejas pobladas, lentes cuadrados sin aro, con pantalón de vestir y camisas casi siempre a cuadros y abotonadas en las muñecas, de caminar lento y un poco encorvada su ancha espalda.

Era de carácter recio y tajante en sus juicios, sin embargo se rendía ante su hija menor de unos ocho años Cecilia. Güerita pecosa de pelo castaño claro con trencitas anudadas en chongos a los lados, vestido de niña con mangas bombachas, lazos a la cintura mal fajados por atrás, calcetas caídas hasta los tobillos y que aún estando en clase, entraba al salón y de frente lo sujetaba por las grandes orejas y lo mecía al tiempo que le asestaba unos topecitos, imitando el balido de una borreguita le decía: "Ya vine, Bernabeeeeeé......"
Don Bernabé sonreía, meneaba la cabeza y la mandaba a sentar en algún pupitre vacío mientras terminaba su clase. Nos encantaba que alguien pudiera cometer lo que a nosotros nos parecía una solemne irreverencia.

El Profe Rubén Juárez Hernández nos daba cultura física. Alto, fuerte, moreno, de amplio bigote cuadrado, pelo cortado como cepillo, enérgico y mandón. Nos inició en todos los deportes, formó equipos de todas las disciplinas, desde futbol hasta atletismo en todas sus modalidades. Dos o tres veces al año nos llevaba a subir el cerro de Ameca que no es ninguna perita en dulce.

También nos adiestraba para marchar en los desfiles. dándonos las órdenes con un silbato y ¡ay! de aquel que se equivocara durante el acto, porque en regresando a la escuela nos formaba y delante de todos le soltaba al infractor: "¡¡Fíjese pedazo de adobe!!
A las muchachas, como su porte al desfilar no tenía nada de marcial les sorrajaba un: "¡¡ Míralas, parecen vacas!!". Pero todos lo seguiamos y lo estimábamos, porque debajo de su caparazón magisterial era un pan de dulce.

Estaba el Profe Palencia, que llegó de San Luis Potosí con su familia. El nos daba literatura, cuarentón de pelo lacio peinado todo hacia atrás con marcas en la cara de pasadas espinillas, fumador empedernido en ese entonces cuando el cigarro no estaba satanizado y daba a los mayores un toque de distinción, de carácter amiguero, se unía a cascarear con los equipos de basket jugando de uno y otro lado para balancear el partido y convivir con los alumnos.

Biología le tocaba al profe Benjamín Jauregui, médico homeópata que vivía y tenía su consultorio enfrente de la escuela. Señor de tez blanca, de más o menos treinta y cinco años, de pelo chinito pegado al cráneo, bigotillo cuidadosamente recortado,muy cuidadoso de su apariencia, Al empezar la clase se quitaba el saco, quedando en camisa y corbata. Diario llevaba entre las manos una bolita de algodón empapada de alcohol que frotaba y olía todo el tiempo.

La ticher Celia que era la secretaria en la dirección y tambien nos daba la clase de historia.
Señorita a sus treinta y cinco,blanca, no usaba maquillaje, vestida pulcramente, modosita y puntillosa caminaba como si temiera que su peso fuera a dañar el piso de ladrillo.

La ticher Laris, era nuestra maestra de inglés, una hora a la semana. Mujer chaparrita con gruesos lentes, con una nariz porosa siempre roja, usaba blusas sin mangas y faldas medio ceñidas. Pese a su talla menudita tenía los brazos llenos y las pantorrillas muy gruesas.
Modestias aparte, yo era el alumno distinguido, pues el inglés se me facilitaba tanto como se me atoraban las matemáticas.

El profe Balderas, que nos daba geografía y que llegó junto con Don Bernabé. Chaparrón, moreno, calvo de la frente a la nuca y pelo largo envaselinado por el rumbo de las orejas. Cejas pobladas, se dejaba las patillas hasta casi unirse con el bigote. Rostro aindiado, medio guandajo para vestir con traje que aparentemente no era de su medida y corbata mal anudada, pero muy meticuloso para explicar su clase, asistía como oyente a la clase de matemáticas de Don Bernabé
Un profesor de música muy joven que venía todos los jueves a darnos clases y que se enamoró perdidamente de Eréndira, una muchacha muy guapa y muy desenvuelta, que a todos traía de cabeza.
No duró mucho este maestro, seguramente no pudo soportar la natural coquetería de Eréndira que con todos bromeaba y departía como una adolescente que era.

Estaba el maistro Diego que nos daba la clase técnica de herrería. Tenía su taller cuadras adelante de la escuela. De apariencia ruda, pelo chino, brazos fuertes y velludos, sudaba profusamente cuando manipulaba la fragua y martillaba en el yunque. Mi trabajo manual en su clase fué hacer la cabeza de un martillo.

Luego estaba el maistro Don Cuco en carpintería. Se parecía a papá Gepetto con sus lentecillos redondos sin aro y sus canas sobresaliendo de su gorro de fieltro apachurrado. Para su clase se ponía encima de su ropa de diario un pantalón muy amplio de mezclilla de esos de pechera y pacientemente nos iba enseñando los nombres de la herramienta y su función: "Este es el formón, esta se llama garlopa, este es el tornillo, esto sirve para maquear etc..."
También era músico y tocaba los domingos en la serenata del kiosko una como tuba pequeña con la banda municipal. Con Don Cuco me tocó hacer de trabajo manual un librero.

Nunca en mis años de estudiante recibí ni ví que algún alumno recibiera golpes o castigos desorbitados de parte de los profesores, con todo y que las mamás nos entregaban con la frase lapidaria: " Aquí se lo traigo maestro, se lo dejo con todo y nalgas para que le eche......"

Cuando nos juntamos ahora ya viejos mis hermanos y yo, los recordamos a todos con verdadero afecto y agradecimiento.

Don Isra...