miércoles, 28 de abril de 2010

Tirando la güeva.



Mi impredecible y recurrente etapa de fiaca como le dicen los argentinos a la combinación de pereza e indolencia se vió esta vez aderezada en sus primeros días con una carraspera de perro con garrotillo que resistió los embates de canelas calientes atemperadas con tequila y aspirinas. Y cuando al fín cedió fué para dejarle el campo a un dolor de muelas, que empezó a amainar ayer y que al parecer hoy se rindió pues ya pude degustar mi buen café. Bien.

Los martes de cada semana viene una señora a hacer el aseo de mi departamento y llevarse mi ropa sucia para lavarla y plancharla. Y como decía mi abuela Doña Manuelita que de Dios goza "Los hombres en la cocina huelen a caca de gallina" tengo que ahuecar el ala mientras dura la operación limpieza.

Fuí pues a San Juan de Dios donde solo un catatónico se puede aburrir. Inicié el recorrido viendo los escaparates de las ferreterías, las tiendas de discos donde aún puedese encontrar música de las Jilguerillas, los Martínez Gil, Ernesto Gil Olvera y su órgano que habla (hablaba) tiraderos de ropa nueva con pantalones de mezclilla que en los centros comerciales cuestan quinientos o más pesos, aquí a cincuenta o sesenta.

Era la una y media de la tarde y el sol se ensañaba con mi pobre pellejo. Busqué una banca con sombra; imposible, todas estaban ocupadas por vendedores ambulantes y sus mercancías. Mi pierna derecha comenzaba a entumecerse.

¿Donde, donde? ¡Pues claro! La Iglesia de San Juan de Dios me recibió con las puertas abiertas. Como todos los templos viejos a esa hora, estaba casi vacío. Ocho o diez feligreses desparramados en un centenar de bancas.

Me acomodé en la orilla de una de ellas buscando que tuviera descansabrazo y junto a una imagen de Santa Eduwiges, cabeceé sabrosamente hasta que el sacristán con evidente intención ruidosa cerró la puerta lateral que dá a la plaza de los mariachis, nos lanzó una mirada a los mas cercanos y fué a cerrar una de las hojas de la puerta principal, lo que entendí como cuando en las cantinas ya lo quieren echar a uno para fuera en la noche, y apagan un momentito la luz como primer aviso.

Salí pues reconfortado físicamente aunque no mucho en lo espiritual por la intempestiva irrupción del sacristán en mi meditación con Morfeo.

En previsión de que la señora aún no terminara sus quehaceres en mi departamento, me senté en una grada de las escaleras sombreadas por frondosos árboles que dan a la Calzada y me dediqué a observar los zapatos de los transeúntes, asignándoles a mi albedrío el oficio u ocupación de cada uno así como los rasgos preponderantes de su carácter, atendiendo a su expresión facial.


Después de casi media hora de este ejercicio, no encontré a ninguno que pudiera clasificarse como miembro del Club de Industriales de Jalisco o de The American Chamber of Commerce o ya de perdida como cliente en la Plaza Andares.


Don Isra...