sábado, 21 de noviembre de 2009

¡Choquela paisano!

El otro día choqué con mi carcanchita de camioneta.
Venía yo saliendo de un espacio habilitado como estacionamiento y como del lado derecho no alcanzaba a ver bien porque me estorbaba un camión estacionado, saqué de más la trompa y ¡Zas! que le doy un buen tope a uno de esos vehículos chiquitos cerrados que les dicen utilitarios.

¿Que pues amigo? ¿Pos que le pasó? ¿Que no me vió? medio pujaba un viejarazco igual que yo, al tratar de sacar la panza de debajo del volante, para apearse y evaluar el daño. Nos bajamos de nuestros vehiculos y con la pachorra que dan los años y ojo crítico observamos los desperfectos.

No fué gran cosa. Un raspón con hundimiento del lado del chofer del utilitario y una arriscada de la parte delantera de la salpicadera derecha de mi charchina.

--Pos usté dirá como le vamos a hacer...¿Tiene aseguranza? -- preguntóme mi contraparte.
--No mi estimado, ya está vencido el seguro. Pero no se preocupe, yo me haré cargo de los daños al cabo no fué gran cosa.
--No, pos ésta si tiene --dijo señalando su camionetilla-- Nomás que necesito hablarle al licenciado para que sepa y me autorice. Pereme tantito, por aquí lo traigo, por aqui debe de andar pereme..
Y del bolsillo de atrás de su pantalón sacó una abultada cartera vieja rodeada con varias ligas y hasta el gorro de papeles .
--Por aqui, por aqui lo traía yo...Es su teléfono. Deje ver... No, éste no es.
Y seguía buscando en aquel legajo de minúsculas y dobladas hojas.

--¿Que pasó Don Isra? ¿Se le ofrece algo? ¿No le pasó nada?
--No, Don Rafa, no es nada serio. Muchas gracias...

Y aquel hombre seguía embolismado con sus papeles. Ya tenía casi llena la tapa del cofre de su carrito y nada.

--¿Que le pasó Don Isra? ¿Quiere que le avise a alguien? Ahorita voy a pasar por con su hijo, si quiere....
--No, no. Se lo agradezco mucho señora pero no fué nada. Gracias de todos modos.

--¡¡¡Ah!!! ¡Aquí está! dijo feliz mi chocante compañero, desenrrollando un pedazo de servilleta de papel con el logotipo de los refresos Aga.
--Ahi le va el teléfono --dije alargándole un celular--
--Uh pos a ver si le hallo, yo nunca he hablado por uno de estos.
--Permitame. ¿Que número es?.............Ya está. Ahi le están contestando.
--¡Bueno! ¡Bueno! ¿Stá el licenciado? ¡El licenciado! Si ése. Pásemelo. Si de parte mía. Pos del Zacatecas.
¡Acabáramos! me dije. ¡Paisanos teníamos que ser!
En eso llegó mi hijo el Che. ¿Que pasó Apá?
--Nada, nada m´ijo, nada. Un topecito que nos dimos aqui el señor y yo.
--Espereme tantito, voy por mi camioneta y ahorita nos vamos el señor y yo al taller con Poncho. No se apure amigo, en media hora se lo arreglamos.

--¿Así que usted tambien es de Zacatecas? le pregunté .
--Si pues del mero Chalchihuites. ¿Y usté?
-- Yo de Juchipila.
--Mire que casualidá. Dijo, apoyando su codo derecho en el cofre de mi camioneta donde yo ya tenía tambien el mío.
--¿Y que anda haciendo pues por acá?
--No pos ya vé. Allá por nuestros rumbos la cosa está muy triste. No hay nada, nada. ¿Y usté?
--Yo tengo una tiendilla por aqui cerca. Ya tengo mucho tiempo aqui en Guadalajara.
--Mire que bien. ¿Y como le anda yendo?
--Mal, mal. Ahorita con eso de la crisis todos andamos bocabajeando...

-- Andele ya llegó su muchacho. Bueno pos me dió gusto. Ai a ver si luego nos vemos eh?.
Nos dimos un apretón de manos, se subió a su vehículo, se fué siguiendo al Che y nos despedimos con un: ¡Que le vaya bien!

Los pocos mirones que se habian acercado esperando ver un agarrón entre el par de vejetes, se empezaron a dispersar decepcionados.

Y es que ansina semos los de Zacatecas.


Don Isra...

jueves, 5 de noviembre de 2009

Aquellos fríos.

Bueno, yo no soy médico, pero a mi se me hace que el famoso dengue, si no es el paludismo viene siendo su primo hermano.

Al igual que el paludismo, lo transmite un mosquito, los síntomas son los mismos: altas temperaturas, dolor de huesos, trastornos estomacales, sudores y alucinaciones.

Antes le decían los fríos. Así nomás: le pegaron los fríos.

A mí me pegaron los fríos allá por los años cuarentas en Jalpa Zac.

Empezaban a sentirse ya tardecito, cuando comenzaba a pardear.

Era un escalofrío que lo hacía a uno temblar. No tiritar, no. Temblar. Se hacía uno bolita porque entre más se moviera más escalofrío le daba. Y empezaba el calenturón y a sude y sude.

Mis o más bien mi alucinación era recurrente, siempre la misma. Me veía yo al ras del suelo, chiquito chiquito y enfrente de mí un colchón enrollado que se iba haciendo grande, grande, grande y yo junto con el . Luego empezábamos el colchón y yo a empequeñecernos hasta llegar otra vez al ras del suelo. Enseguida sentía como que pasaba la palma de mi mano por una superficie lisita, lisita que de pronto se hacía roñosa y entonces empezaba a vomitar; después de eso me dormía empapado de sudor.
Así se pasaba uno como unos cinco o seis días. Todavía puedo recordar el olor del sudor rancio de enfermo atejonado en una cama con luz de vela o de aparato de petróleo.

Las mamás de los jodidos nos ponían más como placebos que como medicinas, jitomates cocidos y calientes en las plantas de los pies, velas de sebo derretidas sobre un papel de envoltura en el pecho, chiquiadores de hojas de alguna planta medicinal en las sienes, un paliacate amarrado en la cabeza para detener los sudorones y al santo de la devoción de la familia en la cabecera del catre.

Salía uno de los fríos todo ñengo, descolorido, con la saliva pastosa y los labios resecos para empezar a comer puros calditos de gallina o de frijoles con tortillas desmenuzadas.

Los que podían, compraban pastillas de quinina.

¡Oye deveras! ¿No se curará el dengue con quinina?


Don Isra...