lunes, 31 de diciembre de 2007

Sin ánimo de ofender.

Regresaba el Señor de una larga y penosa estadía, solo en el desierto cuarenta días y cuarenta noches, resistiendo las tentaciones y acechanzas de Lucifer.

Venía exhausto, sediento, hambriento, sus cansados pies tropezaban en aquel desierto ardiente, el sol calcinaba..

Ya se veía a lo lejos el caserío. Una multitud lo esperaba gozosa. Sabían que había vencido al malo.

Entre cánticos y alabanzas lo recibían alborozados.
El repartía agradecimientos y bendiciones, con rostro cansado y macilento, asintiendo levemente con la cabeza y la vista baja.

Al verlo tan débil y demacrado, un buen hombre se bajó de su burro y gentilmente se lo ofreció al Maestro, quien apreció el gesto y aceptó.

Vítores, palmas, y alegría lo siguieron hasta llegar a la plazuela donde emocionado lo esperaba Pedro quien lo abrazó y besó en la frente.

Luego apartandolo un poco miró primero por encima del hombro derecho del Señor, luego por el del lado izquierdo; le echó una mirada al borrico y con gesto desilusionado y mirada triste le preguntó a su mentor:

¿¿Y la Cheyenne apá??

Don Isra..

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