jueves, 26 de agosto de 2010

Licho, la psicóloga.

A Licho la conocí hace como unos diez o doce años, cuando ella estaba en segundo de secundaria en la escuela de aqui cerquita.

Era (y es) bajita, de piel blanca, rostro simpático, cabello corto al estilo de los veintes, vivaracha y malhablada como ella sola. Era una polvorilla.
Antes de entrar a clases llegaba a la tienda como faltando un cuarto para las siete de la mañana y no había día que no me contara de sus pleitos, castigos, llamadas a la dirección, exámenes extraordinarios y un sinfín de diabluras.

Un sábado llegaron a la tienda ella, su mamá y un sobrinito como de cuatro o cinco años que venía haciendo un berrinche de antología. Chillaba como los marranos cuando los están capando, le tiraba manotazos a la abuela y pateaba el suelo a la vez que giraba en redondo.

Y la abuela: " A ver pues m´ijito dime ¿que vas a querer? ¿quieres gelatina o un juguito? ¿O que quieres pues? Andale, ya no llores....

Y entra Licho en acción "Ay amá pá que lo chiqueas tanto? ¡¡¡Métele un chingadazo!!!

Y si.... La minutos antes condescendiente abuelita, le ha soltado uno de esos en la modalidad de cachetadón al escuincle que resonó en la tienda y funcionó como una especie de apagador de sirena de la Cruz Roja.

Nuevamente Licho: "¡¡¡Orale. rapidito agarre ese yacúl y vámonos, órale órale!!!.

--Ai nos vemos luego Don Isra...

Salieron los tres, las dos mujeres adelante y atrás muy tranquilo, tratando de destapar el yacúl el otrora demonio de Tasmania.

Desde luego que no aprobé ni apruebo método tan rudimentario y atroz para someter a un infante, pero no tuve más remedio que reconocer su efectividad.


Don Isra...

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