miércoles, 27 de octubre de 2010

Esos si eran maestros, no como.....II

En Encarnación de Díaz La Chona cursé tercero y cuarto de la primaria.
La escuela estaba junto a la Iglesia, o más bien era parte de ella, pues la construcción era igual, paredes muy anchas de piedra, techos muy altos y ventanas con rejas de hierro forjado.

La entrada estaba por una callecilla cerrada atrás del mercado, así que teníamos que atravesarlo para llegar y como la escuelita no tenía patio, salíamos a recreo a corretear entre los puestos.

De La Chona recuerdo a mis dos maestros. Eran padre e hijo. El padre Don Silviano Robledo era al director. Hombre de unos sesenta años, de mediana estatura, nariz aguileña, pelo entrecano y desordenado, con un sombrero de fieltro café muy maltratado, traje tambíen café oscuro con el saco y el pantalón holgados y colgados en los hombros y la trasera, camisa blanca que se resistía a la planchada y corbata negra que sobresalía del saco desabrochado.

El hijo se llamaba Arturo. Señor retraído, de unos veintitantos años, era más bien bajito y delgado, moreno, de naríz ancha y pelo lacio y ralo. Usaba camisas de manga corta y se fajaba los pantalones muy arriba del ombligo lo que le abultaba un poco la barriga y le aplanaba las nalgas.

Parece que tenía algún daño en la espalda, porque caminaba dando una especie de giro a la derecha que hacía que su mano se balanceara hacia atrás como si quisiera rascarse la cola.
Acá entre nos, mi padre le decía El Galumbo por aquella manera de moverse.

Yo nunca los ví y mucho menos en la escuela, pero era fama entre las chismosas del pueblo que a ambos les encantaba empinar el codo y que no pocas veces lo hacían juntos en cantinas alejadas de miradas curiosas y servidos por cantineros discretos.

Será o no será, pero fueron mis buenos y dedicados maestros y los recuerdo con afecto.

Y por si fuera cierto aquello de los alipuces, desde aqui levanto una copa de tinto y les digo:

¡¡Salud maestros!


Don Isra...

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